Enredada entre sus piernas, la pequeña arquitecta mental no suspiró ninguna palabra. Pensó con el cuerpo: ”menos mal que existe tu cama” y fue tan sincero y cálido que las sábanas envolvieron los dos cuerpos, creando una barrera de intimidad, varias veces violadas por unos rayos de luz tenue y matutinos, sobre todos matutinos. Las sombras que proyectaban ambos cuerpos a través de la fina y descolorida tela apenas me permitían idealizar la alocada lucha de egos que ocurría en el escenario. Mi presencia se reducía a contemplar los personajes de la trama, sintiéndome extraña; me aproximaba a la pared, y como un imán para mi subconsciente, hasta meses después de estar cementada, ahí siempre seguía, la grieta .